Las diferencias en la percepción del color y los objetos están naturalmente relacionadas con la interpretación que el cerebro hace de la cantidad de luz que incide en nuestra retina.

Cuando se disminuye la visión de cerca, la percepción de los colores y los elementos de proximidad sufren una metamorfosis y alteraciones en su alma y esencia.

Lograr la perfección de los detalles es como bañar de oro los objetos con pormenores antes desenfocados.

"Oro en pinceladas sobre la ciudad" es el nombre por mi atribuido a la pintura innominada de Ricardo Petterman Laires. El pintor y oftalmólogo Laires no refleja en su pintura sentimientos o emociones, solo evoca recuerdos o sueños o incluso un arquetipo de la realidad, porque también es misterioso lo que muestra y lo que esta subyacente.

Pinta recuerdos hasta que la memoria sea el olvido de todo.

De ahí, probablemente, la falta de título de sus pinturas, para que los observadores felices podamos dialogar mejor con el artista por un lado, pero también con nuestro mundo interior, por el otro. En este registro dialéctico estamos invitados a dar nombres a las obras que observamos. ¿Será que la realidad impone a nuestros sentidos una máscara y luego se convierte en algo más allá de la inmanencia?

Este compromiso colorido y brillante sirve de portada a la ciencia en este libro sobre presbicia, cuyo contenido seguramente estará tan iluminado como muestra la pintura. "Oro en pinceladas sobre la ciudad" me transmite la alegría de ver con claridad y color lo que antes era tenue y sin brillo, en un compromiso entre la ciencia y el arte.

Y es con la iluminación de otros ojos que la obra se hace más grande, a través de la comunicación entre lo que emerge de la obra y la apreciación que los observadores hacemos o sentimos de lo que observamos, propiciando el diálogo. Hablemos detrás de la máscara o máscaras, en su intrincada complejidad, como sucede con la visión, con sus diversos matices.

Con la imaginación a nuestra disposición,